lunes, 31 de octubre de 2011

Trastorno Alimentario ¿Es posible que mi pequeño esté desarrollando un trastorno alimentario?


Si hablamos de un trastorno alimentario, lo primero que pensamos es en nuestros hábitos de comer, y aunque no está lejos del concepto, si es importante señalar que tiene componentes más profundos. Un trastorno alimentario se conforma de tres ejes, el primero la forma en que nosotros nos alimentamos, el segundo, es la imagen que tenemos de nuestro cuerpo, y el tercero las conductas compensatorias que establecemos para que los dos conceptos anteriores encuentren armonía. Estos tres componentes lo encontramos en cada uno de nosotros, ¿Quién no está preocupado por lo que come?, o ¿Quién no está preocupado por cómo se verá con esas calorías extras?, y todavía mas importante, ¿Qué haremos para que la báscula luego no nos regañe?. ¿Qué es lo que hace que se convierta en problema?, pues bien su intensidad y su frecuencia, es decir que para que esto se convierta en un trastorno, la persona que sufre de estas agobiantes preguntas es porque todos los días está al pendiente de manera excesiva en cada una de ellas.

Los trastornos alimenticios inician cuando una persona empieza con una sobre observación de su cuerpo en relación con el alimento, o también cuando comienza a realizar una comparación desmedida de ella con respecto a los demás, preocupada constantemente por su silueta y como será aceptada por ella. Esto inicia por afectar el carácter y mostrar una irritabilidad sobre todo con temas relacionados a la belleza, al aspecto físico, la moda, y los estereotipos etc., mostrando una agresión que puede ser pasiva o activa, que puede estar combinada con conductas de evitación y vergüenza, hasta la manifestación de una depresión profunda. La falta de identidad con respecto a quien es, que hace, como se percibe, y sobre todo la expresión de la incapacidad de cambiarlo son alteraciones emocionales frecuentes en un trastorno alimentario.

Todo mundo bromeamos, vacilamos, e incluso podemos experimentar vergüenza al subir de peso, pero este tipo de conductas y reportes emocionales son reacciones temporales, a diferencia de estar hablando de una manera obsesiva sobre el tema o, la conducta clara de evitarlo hasta la generación de conductas que compensen la ingesta como el vómito, o el control extremo a lo que ingerimos al grado de solo tener una diversidad de 10 diferentes alimentos.

Los trastornos alimentarios se dividen en la anorexia nerviosa (rechazo para mantener el peso corporal mínimo normal), bulimia nerviosa (conductas compensatorias para evitar ganancia de peso), trastorno alimentario compulsivo (comer desmedidamente), trastornos alimentarios no específicos (incluye la combinación de las anteriores) (APA, 2000).

Las causas por las cuales este tipo de trastornos se establecen son variadas, pero estos se pueden clasificar en tres categorías:, problemas en la imagen corporal, trastornos en el autoconcepto y conductas de autorregulación (Abraham & Beumount, 1982).

Se ha encontrado que, dentro de la categoría de imagen corporal, algunas personas afectadas por trastornos alimenticios reportan haber tenido cambios físicos relacionados a la pubertad, que llegaron de manera temprana y desfasados del resto de sus compañeros, lo cual generó problemas de adaptación y una ruptura en su imagen corporal.

Dentro de los trastornos de autoconcepto podemos encontrarlos en la relación familiar, en donde la belleza y las concepciones de la cultura de la salud son mensajes constantes relacionados al aspecto físico y a la ingesta de alimentos, los cuales podrían estar afectando a nuestros seres queridos sin interiorizarlo.

Por último, la autorregulación, los cuales se refieren a los mecanismos conductuales que aplicamos como una especie de solución de problemas al no encontrar conciliación entre lo que comemos y lo que esperamos de nuestra imagen, y es aquí cuando forzamos a nuestro cuerpo a establecer el vómito como una conducta de regulación a la ingesta descontrolada que ayuda a la minimización de la ansiedad de todos estos exigencias, o la selectividad de alimentos para evitar ciertas comidas que nos alejan de esa idealización de nuestro cuerpo.

Muchos datos de incidencia han sido publicados siendo diversos y variados, existiendo algunas coincidencias. Como por ejemplo, si bien no es exclusivo de las mujeres, si hay una prevalencia mayor en ellas de presentar bulimia o anorexia entre las edades de 12 a 21 años; en los varones parece presentarse más un tipo de trastorno alimenticio conocido como la vigorexia (obsesión con la musculatura y atractivo físico) (Baile, 2005). Ahora bien, pocos estudios hacen referencia a niños, sin embargo, la gran mayoría habla de que el periodo de gestación de este trastorno es precisamente de los 5 a los 12 años (Mejía, Díaz, Sierra, & Monsalve, 2003) . Es curioso este dato ya que las metodologías de los investigadores se han basado en indagar como las personas que sufren de estos trastornos fueron criados y lo que se sabe, es que hay una serie de datos que permiten identificar algunas de las áreas del desarrollo de un niño que se ven afectadas y predisponen estos problemas.

Por ejemplo la familia, en donde la enseñanza de los estereotipos de la imagen ideal se pueden ir estableciendo tan tempranamente como a los 5 años (Kirkpatrick & Sanders, 1978; Stager & Burke, 1982) y se consolida con el tiempo creando una imagen ideal en el adolescencia (Bruch, 1962). En este rubro en particular, los mensajes que da la familia, lo que se cree como belleza, las críticas generadas a los hijos, y la forma de retroalimentar son factores que afectan de manera directa.

Otro aspecto muy señalado por la literatura, que incluso es uno de los criterios diagnósticos del DSM-IV-TR, es la presentación de una imagen distorsionada de uno mismo, siendo este un aspecto central de la evaluación (Rusell, 1970; Slade & Russel, 1973), es decir, una persona puede presentar una alteración perceptual errónea, verse gordo cuando realmente comparado con sus compañeros esta incluso por debajo del promedio de peso; o una alteración cognitivo-afectiva, que se manifiesta por sentimientos y pensamientos negativos de culpa con respecto a su apariencia física (Garner & Garfinkel, 1981). Sin embargo el concepto de imagen corporal no se encuentra bien definido, y la forma de evaluarlo es diferente en las investigaciones, muchas de ellas coinciden en señalar su importancia en su diagnóstico (Slade, 1994).

Ahora bien, ¿Cómo es que algunos niños son afectados y otros, que viven en ambientes familiares tan hostiles puede ser que no desarrollen un trastorno alimentario?. Bueno, las investigaciones también señalan, que la forma en que las experiencias durante la niñez afectan o no al infante, se encuentran estrechamente vinculadas al tipo de habilidades que el mismo niño posee para enfrentar esta problemática, es decir, las habilidades de afrontamiento son una característica importante de como estas experiencias serán manejados por el menor de edad y no en todos los casos estos generan un trastorno alimentario en la adolescencia, lo que tiene que ver mucho con la capacidad del niño de controlar su propia vida. Este último aspecto tiene mucho que ver con la habilidad que el niño tiene de compartir estos problemas, y de las estrategias que tenga para manejar su estrés y su expresión emocional. Uno de los aspectos observados frecuentemente con el problema de la imagen, son conductas llamadas perfeccionistas que ponen en estrés al niño de tal manera que hace cosas una y otra vez hasta lograr el criterio de excelencia que el solo se impone, lo cual habla mucho de su nivel de ansiedad ante lo que se espera de él y la forma de enfrentar problemas.

Toda esta información en que me ayuda cuando tengo a mi hijo (a) que me dice no me des tanto de comer que me siento muy gordo (a); o mamá deja de cocinar con tanta grasa que no es saludable; o descubro que mi hijo (a) de manera constante esta escondiendo la comida para no comerla; o encuentro a mi hijo comiendo demasiado en cada ocasión; o descubro que mi hijo (a) de manera constante esta escondiendo la comida para no comerla; en el peor de los casos, cuando veo a mi hijo (a) que lo sorprendí vomitando en la tasa del baño. Pues la información me puede servir de mucho. Primero nunca sobre reaccionemos, recuerde, la familia es un sistema de soporte, y lo que hace este sistema de soporte es enseñar conductas, así que lo primero es preguntar, ¿por qué lo haces?, ¿desde hace cuánto lo haces?, ¿qué tan seguido?, etc. y después tome este artículo y repase los siguientes puntos. Si la conducta que presenta ya se está generando un patrón de respuesta, es decir más de tres veces a la semana, y mi hijo presenta problemas de manifestar mucha ansiedad, constantemente esta preocupado por su apariencia, se juzga a sí mismo de manera dura, tiene conductas rituales constantes (Ej. peinarse a cada rato), no se defiende, no sabe decir no y no tiene una persona a la que tenga constante acceso para hablar de sus emociones, sería importante iniciar una valoración. Recuerde, la presentación de una distorsión de imagen es una de las claves en su detección, es claro que los niños pequeños siempre presentarán una distorsión y siempre quieren ser otras personas, pero combinadas con las aspectos anteriores puede ser una llamada de atención.

La forma de prevenir una distorsión de imagen en los niños siempre será preguntando y explicando, estar cerca de ellos asegurarnos que reciban los mensajes apropiados y sobre todo predicar con el ejemplo. Una de las teorías psicológicas de mayor impacto que explican como el medio social afecta nuestra conducta es la teoría de aprendizaje por observación (Hendy, Gustitus, & Leitzel-Shwalm, 2001) donde la aceptación de nuestro cuerpo se puede predecir conociendo como el entorno de personas significativas (padres y compañeros) piensan sobre la imagen corporal idónea, o por los mensajes verbales que nuestro entorno nos da con respecto a ello, como por ejemplo que bonita muñeca tan esbelta y rubia, y por ultima la competencia social, la que nos norma estándares en revistas, medios de comunicación películas etc. (O Leary, 1985; Strecher, DeVellis, Becker, & Rosenstock, 1986; Welch & West, 1995). Recuerde, preguntar y explicar es la mejor forma de protección y de asegurarnos que tiene la información adecuada, que la maneje y que esté acorde con los principios y valores de la familia (Vandereycken, Kog, & Vandelinden, 1989).

Si un trastorno alimentario ya se encuentra manifiesto, el primer paso es tratar de diagnosticarlo lo antes posible y llevar al niño (a) a un especialista a que valore la situación y se propongan abordajes terapéuticos. La intervención deberá de ser seleccionada conforme a lo que la literatura especializada indique como aquellos mas efectivos dentro de los cuales se encuentra los abordajes conductuales como las técnicas de exposición y bloqueo de respuesta; la terapia cognitiva conductual con su tratamiento familiar e intervenciones en imagen corporal; y la terapia interpersonal que consiste de hospitalización y medicación (Gore, Vander, Jillon, & Thelen, 2001; Mines & Merrill, 1987) .

Abraham, S., & Beumount, P. (1982). How patients describe bulimia of binge eating. Psychological Medicine(12), 625-635.

American Psychiatric Association. (2000). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (Fourth Edition ed.). Washington, D.C.: British Library Cataloguing in Publication Data.

Baile, J. I. (2005). Vigorexia cómo reconocerla y evitarla. Paper presented at the Tercer Congreso Virtual de Psiquiatría

Bruch, H. (1962). Perceptual and conceptual disturbances in anorexia nerviosa. Psychosomatic Medicine, 24, 187-194.

Garner, D. M., & Garfinkel, P. E. (1981). Body image in anorexia nervosa: measurement, theory and clinical implications. International Journal of Psychiatric in Medicine, 3, 263-284.

Gore, S. A., Vander, W., Jillon, S., & Thelen, M. H. (2001). Treatment of eating disorders in children and adolescents. In L. Smolak (Ed.), Body image, eating disorders, and obesity in youth: Assessment, prevention and treatment (Vol. XII, pp. 293-311). Washington: American Psychological Association.

Hendy, H. M., Gustitus, C., & Leitzel-Shwalm, J. (2001). Social Cognitive Predictors of Body Image in Preschool Children. Sex Roles, 44, 557-569.

Kirkpatrick, S. W., & Sanders, D. M. (1978). Body image stereotypes: A developmetal comparison. Journal of Enetic Psychology, 132, 87-95.

Mejía, H. D. C., Díaz, A. D., Sierra, C. M., & Monsalve, J. G. M. (2003). Trastornos de la alimentación: Su prevalencia y principales factores de riesgo-estuantes universitarias de primer y segundo año. Revista CES Medicina, 17(1), 33-45.

Mines, R. A., & Merrill, C. A. (1987). Bulimia: Cognitive-Behavioral Treatment and Relapse Prevention. Journal of Counseling and Development, 65, 562-565.

Leary, A. (1985). Self-efficacy and health. Behavior Research and Theory, 23, 437-451.

Rusell, G. F. M. (1970). Anorexia nerviosa: Its identity as in illness and its treatment. In J. H. Price (Ed.), Modern trends in psychological medicine (Vol. 2, pp. 131-164). London: Butterworths.

Slade, P. D. (1994). What is body image? Behaviour Research and Therapy(32), 497-502.

Slade, P. D., & Russel, G. F. M. (1973). Awareness of body dimensions in anorexia nervosa: Cross-sectional and logitudinal studies. Psychological Medicine(2), 188-199.

Stager, S. F., & Burke, P. J. (1982). A reexamination of body build stereotypes. Journal of Researh in Personality, 16, 13-20.

Strecher, V. J., DeVellis, B. M., Becker, M. H., & Rosenstock, I. M. (1986). The role of selfefficacy in achieving health behavior change. Health Educational Quarterly, 13, 73-92.

Vandereycken, W., Kog, E., & Vandelinden, J. (1989). The Family Apporach to Eating Disorders. USA: PMA Publishing Corp.

Welch, D. C., & West, R. L. (1995). Self-efficacy and mastery: Its application to issues of environmental control, cognition, and aging. Developmental Review(15), 150-171.



Autores:


Mtro. Psic. BCBA Jorge L. González Q.


Mtro. Psic. Gabriela Gpe. Téllez S.


Rev. 31/10/11

domingo, 16 de octubre de 2011

La desobediencia, ventana para el desarrollo de otros trastornos psicológicos



Las personas somos entes sociales, construimos un aprendizaje social basado en reglas y normas reguladas por la familia y la comunidad. En el mejor de los casos, durante la niñez, se van estableciendo los límites que en sí, ayudan al individuo a generar comportamientos que tienen el fin de autorregularse. Este proceso se conoce comúnmente como el dominio de sí mismo, el cual regula la forma en que nosotros interactuamos con nuestro ambiente y los seres que coexisten en él. Gracias a los procesos de autoregulación, es que se generan habilidades para enfrentar la frustración, ansiedad, enojo y otras emociones que tienden activar nuestra conducta tratando de mitigar su presencia, o compensar la necesidad de ejecutarlas, y es así como en términos generales, obtenemos dominio de nuestro sentir y evitamos actuar de manera irracional, tempestiva o impulsivamente.



Es decir, si un niño(a) durante la edad de 2 a los 5 años se encuentra en un ambiente donde las reglas no se encuentran establecidas claramente, entonces el aprendizaje de sus procesos de autoregulación, serán aquellos que use para obtener cosas, es por eso que muchos niños que viven en ambientes no estructurados se vuelven niños que tratan de manipular a las personas y su ambiente, manejando su frustración de manera interna, y es aquí, en este proceso de adquisición, donde los niños y niñas inician una autoenseñanza inapropiada de su autoregulación.



Para resumir esta parte, entendamos que si los niños tienen ambientes estructurados donde se les está enseñando a seguir instrucciones, su desarrollo de la autoregulación se dará de manera natural, y a los niños que no viven en ambientes donde tengan que presenciar este tipo de educación, tenderán a manipular y a no desarrollar su autoregulación de manera correcta. Es importante señalar que siempre los extremos son inapropiados, no podemos tener ambientes sumamente rígidos ya que esto alimenta la presencia de conductas obsesivas y ritualistas, mientras que un ambiente en ausencia total de la disciplina, se generan conductas de ingobernabilidad y patológicamente manipuladoras.



¿Qué sucede cuando estas reglas no son enseñadas durante los periodos de la infancia?, entramos en una carrera que intenta satisfacer todas estas necesidades en la adolescencia, y es cuando muchos trastornos conductuales se empiezan a establecer como patrones diferenciados, es decir, ya inicia su constitución como una reacción natural por parte de la persona, y difícil de modificar, afectando su adaptación y aceptación social. Estas conductas las establecen lo adolescentes como una consecuencia de autocontrol y gobernabilidad hacia el adulto, lo que comúnmente conocemos como rebeldía, trayendo conductas de autodestrucción que pueden ser sumamente dañinas y generando como consecuencia una personalidad disocial.



El trastorno disocial, o también conocido como trastorno antisocial de la personalidad, se caracteriza por la presencia de patrones conductuales que muestras un desprecio dirigido a los demás, o a las actividades que realizan dichas persona, muchas veces matizados por crear violencia y confrontación. Es decir, es un pleito establecido, sin argumentos claros, contra cualquier autoridad, de los cuales generalmente finalizan en hechos violentos. Estos patrones en la adolescencia van practicándose de manera constante hasta que estos se establecen como los primeros abordajes para solucionar problemas en la edad adulta. Eso no quiere decir, que si no se desarrollaron buenos modelos disciplinarios que favorezcan la generación de conductas de autorregulación en la adolescencia, no podamos modificarlas más adelante. Estas conductas se pueden cambiar en la adolescencia, enseñando, conductas como la expresión emocional, técnicas de relajación y modelos de resolución de problemas, si usted observa de cerca esta solución, verá que estamos corrigiendo el problema antisocial enseñando estrategias de autorregulación. Sin embargo si pasamos a la edad adulta sin estas estrategias, para poderlas modificar, requerimos que el adulto tenga plena disponibilidad para resolverlos, pero ya en esta fase sus comportamientos para resolver problemas se basan casi estrictamente en la manipulación, creando un mundo ficticio para las personas que se encuentran en su entorno y que él solo puede controlar, haciendo más difícil la intervención.



La persona antisocial es una persona que padece un trastorno de índole psiquiátrico observando una conducta impulsiva, irresponsable e ingobernable. Actúa sin tomar en cuenta a los demás. Solamente cumple las obligaciones sociales cuando satisfacen sus fines. No respeta las reglas, costumbres y normas sociales. Se considera libre e independiente.



Además de los factores ya explicados, que dependen de su entorno y educación, encontramos que existen factores de índole genético, hereditarios y también biológicos que pueden contribuir a su establecimiento como la manifestación de procesos químicos anormales en el sistema nervioso y posibles daños en las partes del cerebro que atañen a la toma de decisiones. Otro factor encontrado, son las lesiones generadas de manera secundaria a la ingesta compulsiva de drogas.



Haciendo un análisis de cómo piensa una persona con conductas antisociales, observamos que sus respuestas cognitivas presentan un pensamiento distorsionado, impulsivo y egocéntrico, es decir no tiene autorregulación apropiada. Muchos presentan incapacidad para generar modelos mentales para el análisis de consecuencias de sus actos bajo un esquema social, además de ser muy susceptibles al deseo de obtener recompensas inmediatas que no pueden anticipar sus consecuencias. Beck afirma que los antisociales necesitan sentirse fuertes e independientes y suelen tener creencias básicas del tipo “Si no ataco yo primero, seré la víctima”.



La mejor forma de intervención de estos trastornos, dependerán de la edad en la cual son detectados, por ejemplo, los niños identificados entre las edades de 2 años hasta los 7, generalmente las intervenciones inician con la enseñanza a los padres de cómo crear armonía entre los estilos disciplinarios, estilos de expresión afectiva y modelos de enseñanza positivos. En la edad de 7 a los 14 años, la intervención deberá establecerse en modelos de relajación, resolución de problemas, y expresión emocional, mientras que en la edad de los 14 a los 22 años se emplean esquemas de modificación del pensamiento, junto con habilidades de resolución de problemas y en la edad adulta los modelos de intervención deben dirigirse directamente a la regulación emocional. Muchos de estas intervenciones se pueden beneficiar del manejo de fármacos siempre y cuando una situación orgánica se haya detectado, hay medicamentos moduladores que no requieren de encontrar un daño específico y que nos ayudan a mantener estables las emociones.





Bibliografía



Millon T. (2006) Trastornos de la personalidad en la vida moderna. Editorial Mason, Barcelona.



Varios autores (2005) DSM IV-TR Editorial Mason, Barcelona.



Autor Lic. Victor gonzalez



Rev. 16/11/2011